Sin duda sería más fácil… sin duda las cosas serían mejores…
Se vuelve difícil, cuando uno pasa mucho tiempo sin mirarse al espejo de uno mismo, darse cuenta de que aunque deseemos estar blindados a las cosas que pasan fuera de nosotros, al final de cuentas no es posible. El interior sigue siendo maleable. Independientemente de lo duro que se vuelva, siempre habrá calor suficiente para derretirlo, llegado el momento.
Dejar de observarnos y dejar de preguntar qué es lo que sucede dentro, no hace que el contenido desaparezca, ni que los problemas se solucionen. Si tan solo entendiéramos que más de la mitad de lo necesario está en no tener miedo a ser sinceros.
Pareciera ser sencillo, ¿no? No lo es. Uno aprende a decir lo que piensa, incluso a decir lo que siente, siempre que se trata de las cosas que están fuera de uno mismo. Esas cosas que pueden ser valoradas o desechadas porque son parte del objeto, no del sujeto. Eso, en su enorme complejidad, es sencillo. Lo que no lo es, es tener la misma actitud con lo que se piensa y se siente acerca del sujeto. Interpretar la realidad será siempre más fácil que interpretar al intérprete.
Por una parte, es una mezcla de ego y vanidad. Juntos caminan de la mano y hacen buena mancuerna. Generalmente peligrosa, definitivamente una pareja de cuidado. Ellos, en su manera de responder, son ciegos y sordos. Cuando se sienten atacados, no escuchan de verdad ni observan el propósito de las preguntas o de las observaciones. No son traidores. Quien no ve ni escucha no debe ser culpado por atacar aquello que cree le puede dañar. Lo que sí es cierto es que son despiadados. No importa si la intención es noble, si se sienten agredidos no importa todo lo que esté antes ni lo que pueda venir después. Es más seguro mandar todo al diablo.
Sin embargo, tanto ego como vanidad, están hechos de pasión. Reaccionan a la acción. No piensan por sí mismos. Son instintivos. Por ello producen el efecto «niñote(a)».
De acuerdo a la filosofía contemporánea… No, no es cierto, no hay filosofía detrás de este efecto. Es entonces de acuerdo a los últimos estudios médicos que… Tampoco. Créanme entonces, que es sólo una de esas cosas que es. Que además de ser, está. Decimos entonces, que el efecto niñote(a), causado por un impulso de ego y/o vanidad, causa que una persona reaccione como idiota a una acción del ambiente, en la que, por instinto, temor o inseguridad (principalmente la última), la posibilidad de ser sincero se pierde por completo y la respuesta real se sustituye por una acción que llamaré «niñería» (poco original, pero bastante claro para el ejemplo).
Cuando la persona, insegura y temerosa por lo frágil de sus adentros, recibe la acción del ambiente, reacciona de manera contraria a la lógica de la sinceridad (entendiendo por ésta el arte básico de decir la verdad y de no ocultar lo que sucede en el momento). Así, cuando llega el momento de responder a la situación particular, en lugar de hacerlo con madurez y tranquilidad, el(la) niñote(a) tiende a negar todo aquello que siente podría afectar a su ego y vanidad o a reaccionar en positivo a todo aquello que los fortalezca o resalte. La persona, en lugar de ser coherente con su interior, lo contradice, realizando una niñería.
Los siguientes ejemplos intentan explicar un poco la niñería:
Caso 1. Cuando, dentro de un grupo de personas, se lleva a cabo una discusión sobre algún tema, se comentan los puntos importantes del mismo y el niñote, independientemente de su ignorancia sobre el tema, comienza a dar comentarios indeterminados y extremadamente generales para intentar mostrar que sabe algo o mucho sobre el tema, aunque no sepa nada. Básicamente, en lugar de contestar «no conozco», «no sé» o «no estaba enterado», inventa una serie de datos, hechos o argumentos que le hagan sentir que los demás reciben los mismos como una muestra de erudición y conocimiento.
Quedarse callado cuando no hay algo que decir es reflejo de prudencia. Quedarse callado cuando hay algo que aprender es muestra de sabiduría.
Caso 2. La niñota, insegura de sí misma y sin la capacidad de decir lo que piensa por un número «n» de razones, se molesta con la persona con la que sale, pero su ego y vanidad no le permiten decir a esa persona lo que pasa. Guarda el sentimiento y, aunque por fuera sea claro para todo el mundo excepto para la niñota, muestra que nada sucede, que no hay absolutamente nada de interés sobre lo que pasa y que es algo tan insignificante que no vale la pena prestarle atención. «¿Todo bien? Sí, ¡desde luego! Eeeekiisssss (sic)», «¿Estás segura? Sí, no pasa nada todo perfecto». El ejemplo es tan claro y creo que ha pasado tantas veces que es innecesaria cualquier explicación.
Decidir no usar la racionalidad, renunciar a ella y actuar por instinto y volverse tan razonable como un estropajo, no justifica la reacción, sólo la hace más triste.
Caso 3. Batalla de egos, lucha de vanidades. Aquellos que siempre creen tener la razón (sin saber que uno nunca tiene tanta razón como cree tener) y que pueden pasar horas/vidas intentando mostrar su razón, aunque sólo muestren el miedo que tienen de darse cuenta que pueden equivocarse o que no conocen toda la realidad ni todas las realidades.
La única manera de aprender es aceptando que en principio no lo sabes todo y que no todo lo que sabes es exactamente como crees que es. El punto desde donde se observan las cosas es la diferencia.
Estos son casos de niñerías. Todos se aplican tanto a niñotes como a niñotas. He realizado, más de una vez sin duda, todos ellos. He dejado también de hacer por completo, al menos alguno de los mismos.
Es entonces que el miedo, fortalece al ego y la vanidad y permite que sean más fuertes que la sinceridad, que la humildad de la aceptación, aunque algunas veces no sea lo que queramos. El daño que se cause no importa, sin razón (como racionalidad) no hay consecuencias. Al menos, en su irracionalidad, el niñote no alcanza a comprenderlas. Cuando no te puedes valer de tu propio entendimiento, no importa el daño que causas fuera, porque tu mundo es tan pequeño que lo que se queda fuera no existe, aunque en verdad esté pasando.
No termina aquí. Aunque el miedo no lo vea, el miedo es fácilmente apreciable. Aunque la persona responda por instinto, quien sabe observar puede ver la mentira, la evasión, lo pequeña que se vuelve la persona por dentro. Quien miente ante la incapacidad de ser sincero, puede llegar casi a creerse a sí mismo. Quien escucha a quien miente sabe que aunque el mentiroso se crea a sí mismo, está mintiendo.
Aparte del hecho de que me parece inmensamente triste cuando las personas usan este mecanismo de autodefensa (casi tan triste como me ha parecido cuando yo lo he utilizado), dos cosas me preocupan. La primera sobre quien miente. La segunda sobre quien entiende que bajo la sombra de este antivalor, la gente normalmente miente.
Me preocupa que quienes mienten no se den cuenta a tiempo que hacerlo sólo los daña más y puede dañar las cosas que les rodean, aunque ellos crean que son poco importantes. No es difícil acostumbrarse a la comodidad de la mentira. El miedo tiene ese cálido efecto de hacerte sentir protegido detrás de las mentiras. Igual nunca es tarde.
Me preocupa mucho más sin embargo, que quien entiende que los niñotes mienten, se decidan a dejar de creer en la gente. Ante la realidad de la mentira común, es normal creer que es una mentira lo que la gente dice porque tratan de protegerse o de obtener un beneficio. Si los individuos no pueden ser sinceros, dudar o no creer en las personas no es descabellado, pero es desconsolador.
Quienes me conocen saben (en mayor o menor medida) las cosas en las que creo y las cosas en las que no. Creo que creer en las personas, aún bajo la posibilidad de recibir un daño por creer en quien puede estafarte mintiendo, es una de las cualidades más importantes de humanidad. Creo que en la actualidad, junto con el Takahe neozelandés, esta cualidad está en extinción.
Hoy una persona pidió un poco de ayuda para llegar al lugar a donde necesitaba llegar. La historia era tan cruda y tan poco común (de verdad inverosímil, casi como si un analfabeta te pidiera ayuda para escribir un telegrama que firmaría con su huella para enviarle a su madre, después de haber sido estafado, con algunos días sin comer, en una ciudad ajena, pidiendo que le rescataran sin saber si el telegrama llegaría, un caso análogamente irreal) que pensé en ayudarlo de inmediato. Sin embargo, al momento pensé que la idea era justamente tan absurda, que todo era un montaje bien elaborado para sacar algunos pesos. Tuve miedo de ser estafado.
Sería genial saber dónde está ahora, si encontró lo que buscaba o si era o no un estafador. Sería genial saber si lo que nos dicen es lo que es o no. Que tuviéramos la certeza plena, para así poder creer, confiar y actuar. Desafortunadamente, esto no es así. No lo será nunca (limito mi entendimiento a mi tiempo y mi espacio, a esta era y a este mundo) y la posibilidad de ser estafados y lastimados siempre estará ahí. Al final, creí en él.
Digamos sí cuando es sí. Contestemos lo que nos preguntan de manera sincera. Aceptemos lo que es cuando sea, aunque lesione el ego y la vanidad. Lidiemos con la ignorancia y aceptemos nuestros límites, tenemos toda una vida para romperlas lo más que podamos, lo más que queramos. Vivamos sin miedo: con más valor, con más razón, con más humildad, con más prudencia, con menos mierda en la cabeza. Vale la pena creer.
Sin duda sería más fácil… sin duda las cosas serían mejores…