Digestivo para una lucha próxima

Me duele mi país.

Me duelen las descalificaciones de unos a otros y la desconfianza generalizada.

Me quema el individualismo y la atomización de la sociedad de consumo por consumo, que se transformó también en la decisión política individualista; en el olvido a las luchas sociales y en la reducción a la elección racional personalista.

Me duelen las risas de los burlones que no comprenden que las luchas sociales valen por sí mismas; que critican el idealismo porque no alcanzan a ver más allá de su círculo personal.

Me duele que lo social valga madres…

Me duele el esceptisismo de algunas personas cuando ven indicios de rupturas de paradigmas divisorios; el rechazo a otras vías y a otras construcciones de mundos y realidades.

Me duelen las mentadas de madres que nos damos los unos a los otros; ver cómo ciertos paradigmas se encargaron de irnos deshumanizando poquito a poquito.

Me duelen las muchas muertes que jamás encontrarán justificación en mí. También me duele la increíble pérdida de la capacidad de asombro y de conciencia histórica que permite y colabora con las muchas cosas que me duelen un chingo.

Me duele que a ustedes también les duela una, muchas o todas estas cosas, pero me duele más ver que aún con todas ellas, muchos no saldrán nunca de su individualismo necio y asfixiante.

Me sana saber que no lucho solo; sus lágrimas y abrazos compartidos, y el resueno de nuestros pasos marchando, porque decidimos vivir y morir así… en movimiento.

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Sobre la marcha de los 132

He leído muchos comentarios sobre la marcha, unos a favor y otros en contra, unos de sospecha y otros de reconocimiento. Me parece que es genial que se haya logrado una reacción como esta. No sólo de los que fuimos y vivimos cómo fue, sino de los que no estuvieron ahí y hacen lo necesario para darle seguimiento.

Lo bueno, en términos muy generales y básicos, lo veo en tres cosas. La primera es el hecho de haber despertado ante la indignación total del abuso de poder de los medios de comunicación. De verdad, no es poca cosa. ¿Cuántos años pasaron donde los estudiantes se mantenían “al margen” de cosas terribles y de encubrimientos enormes de las televisoras y otros grupos de poder que manejan el entorno sociopolítico?

El “enfrentamiento” en la Ibero no ha sido el acto más terrible de ocultamiento de información, ni las televisoras han controlado y maquillado la realidad hasta estas elecciones. No, esto pasa desde hace mucho. Pero el punto de quiebre llegó y una avalancha de inconformidad se descargó de manera incontrolable. Un sector de la sociedad despertó. Se llenaron de agallas y le hicieron fuerte a uno de los poderes políticos más fuertes que hay. Gracias por ser los primeros peces en nadar contra corriente, banda de la Ibero.

Gracias porque después de ustedes saltamos miles que, “a nuestra manera”, intentábamos hacer de este país algo mejor, algo menos seco, injusto y desalmado. El intento desde nuestra individualidad no era suficiente. Se unieron, nos unieron y nos volvieron un poder a tomar en serio. Uno al que no le van a poder dar la vuelta como lo hicieron con muchos otros. Ya no están sólo los ojos de nuestros medios. Aún si los cierran, los ojos del mundo ya están en este movimiento.

El movimiento organizado desde hace unos días y mostrado el día de ayer tiene un primer mensaje muy claro: “¡estamos despiertos! ¡No nos manipularán!”. Por sí solo, este hecho tiene un valor enorme. Cuando una persona despierta y alza la voz, cuando usa sus palabras en dirección opuesta al sistema, a la música ya arraigada, no sólo puede cambiar el ritmo, sino que puede despertar a otros a su paso. Ayer, al caminar por las calles, muchas personas se dieron cuenta de lo que pasaba, de su magnitud y su sentido. Una protesta civil para mejorar el sistema, para cambiar al sistema, para proponer otra lógica, para crear otro sistema.

Muchas personas, que no eran ni estudiantes ni jóvenes, apoyaron de distintas maneras la manifestación. Los claxon´s sonaban de manera constante, los gritos y los pulgares hacia arriba nos acompañaron durante todo el camino, desde las ventanas de las oficinas, desde los carros, desde los techos de los edificios, desde las escuelas, desde las calles que recorrimos. Yo creo que muchos de ellos al menos se preguntarán sobre cómo están las cosas, sobre lo que intentamos y sobre lo que ellos pueden hacer para cambiar esta situación, tan cercana a un mercado en el que lo que es de todos lo tienen sólo unos, y nos hacen creer que nosotros lo consumimos.

Despertar no es cosa fácil, no pasa siempre y no siempre se canaliza para algo propositivo. Ya pasó, y la dirección que lleva, en dirección opuesta al poder obtenido por la manipulación de la información, me parece buena.

La segunda cosa invaluable, es el fenómeno de unidad en la pluralidad. Marchábamos juntos los estudiantes de las universidades privadas y los de las públicas, los estudiantes y los que quieren estudiar, los de ideología X y los de ideología Y. No había diferencias sustanciales, y ante las diferencias secundarias, nos reconocíamos como iguales.

¿Fue perfecto? No ¿se siguió un solo objetivo? Tampoco, y creo que es un punto que puede discutirse, criticarse y mejorarse.

El objetivo principal, ir en contra del trato que los medios han dado, se mezcló también con grupos que manifestaron sus consignas políticas. El movimiento apartidista compartió el espacio con las personas que alzaron su voz en contra de un partido, por considerar su cercanía con las televisoras y por verlo de facto como el resultado de la manipulación e imposición de éstas. Aquellos que estaban convencidos sobre ello alzaron su voz y pidieron ser escuchados.

¿Estuvo mal? Creo que no, o mejor dicho, no del todo. No sólo porque como momento coyuntural, era un espacio adecuado para manifestar sus opiniones y expresarse según sus preferencias partidistas.

Creo, sin embargo, que habría sido mejor si el contexto se hubiera mantenido apartidista, lo más distanciado de la consigna política. Esto se defendió en la manifestación. Algunas personas, que tuvieron incluso acceso al micrófono y lo utilizaron para ir en contra del “candidato de las televisoras” fueron rechazadas por muchos de nosotros que pedimos que el movimiento no tuviera este tinte.  Así como se gritó en contra de Peña Nieto, se gritó en contra de quienes así se manifestaban bajo el grito de “¡apartidista! ¡apartidista! (haciendo alusión al movimiento interuniversitario)”. El movimiento fue plural en toda su extensión.

La tercera cosa importante, es que este movimiento tendrá un impacto mucho mayor. No cuenten los 15 mil que participaron aproximadamente. Cuenten las personas que van a ser impactadas por esas 15 mil. Una gran mayoría de los marchantes somos hijos de familia, somos sobrinos o nietos de personas adultas que tal vez no tenían la atención a estos problemas antes de las movilizaciones. No sólo se involucran ahora los estudiantes y jóvenes que participaron, sino los adultos que se sienten contagiados por el movimiento de “los jóvenes de México”. Creo que en este momento, lo que conectó a uno, conectará a su vez con otro… y otro… y otro…

Quienes fueron estudiantes en los movimientos de los 60’s y 70’s no podrán voltear la vista a estos hechos, independientemente de la posición política que adopten y de la preferencia electoral para los comicios próximos. Seguirán el movimiento porque saben que es un movimiento que en el fondo intenta cambiar las cosas para bien; que va más allá de la política a corto plazo, que intenta llegar a “lo político”; a “lo público” que nos pertenece a todos. Sé que hay muchos que se interesan en el impacto que tendrá directamente en estas elecciones y en los candidatos que pueden verse afectados o beneficiados con esto, pero de verdad, estoy convencido que la fuerza de todo esto puede catalizar el sistema social y político. Todo esto tiene la posibilidad de crecer para volverse un mecanismo de cambio pacífico, cívico, ordenado, que se encamine a esos mínimos que debieran estar y no están.

Hasta hoy, al menos una televisora se ha visto obligada a enfocarnos con sus cámaras, a responder nuestras preguntas y a atender nuestras inquietudes. Los partidos políticos nos observan de cerca, por mero pragmatismo y oportunismo, pero también por el poder y legitimidad que el movimiento ha ganado. Nos mira también el mundo; los medios internacionales ya están volcados hacia este fenómeno. Nos observan las estructuras, los poderes, los extraños. Pero, sobre todo, nos vemos nosotros mismos; nos reconocemos, y ya no podemos hacernos de la vista gorda y hacer “como si nada pasara”.

De un modo u otro, tendremos que tomar una decisión sobre cómo tomaremos partida. El decidir no hacer nada, no se engañen, es ya hacer algo en realidad. También es completamente válido, aunque a mí la barca de la apatía y la inacción siempre me ha parecido la mejor cesión de derechos hacia los que sí deciden hacer algo. El modo más cómodo de dejar que los demás hagan todo lo demás.

Al final, creo que esto que nos pasa, este movimiento tomado por los estudiantes indignados (principalmente, pero afortunadamente no sólo por nosotros) es lo mejor que le podía haber pasado a un país convulso como el nuestro. A este país de contrastes y de polos, de mínimos (casi siempre inexistentes) y de máximos (generalmente sin topes reales), de policías y de criminales, de buenos y malos, de muertes y sangre, de poder y opresión.

Sí, con todo lo bueno, están los detalles y matices que harán que deba mejorarse, que dejan cierto sinsabor para los que nos abanderamos con el no partidismo dentro de esta lucha, que nos dejan enseñanzas para hacerlo mejor las próximas veces. Precisamente por eso vale la pena seguir, intentar, criticar (fuertemente, de manera dura, desde todos los espectros políticos e ideológicos, como nosotros criticamos aquello que luchamos por cambiar) y mejorar.

Vean a su alrededor. Hoy, las cosas ya son diferentes, y fue sólo el comienzo. Esto puede revolucionar y también puede apagarse y morir. La diferencia la haremos nosotros. La diferencia estará en concretar, aterrizar y materializar todo esto. En intentar lograr la pluralización estructural de los medios, una futura apertura a la competencia entre ellos, un sistema abierto que no dependa de la buena voluntad del duopolio televisivo (entre otras propuestas concretas). A través de esto es posible lograrlo.

En un momento de la historia, la democracia fue una fuerte idea por la  que muchos pensaron valdría la pena vivir y morir. Volver esta idea una realidad el día de hoy es una idea que también vale la pena. Al final del día, la idea más fuerte es la que sobrevive. Demos vida a esta idea y vivamos entonces por ella.

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Dejar ir y dejar vivir

He pasado mucho tiempo preparando esto en el cuarto de cocina, hasta atrás, a fuego lento. Porque para que el sabor siga haciendo vibrar y para que los alimentos sean siempre un viaje, en la partida de un gran cocinero, vale la vida dejar ir.

Este platillo está hecho para los momentos inesperados, para aquellos que te toman por sorpresa cuando menos los esperas, cuando disfrutas de la lluvia, que fría te envuelve entre lo oscuro de la noche y lo claro de la luz de las farolas, que con cada gota activa un espacio de vida, que te hace vibrar, que congela por microsegundos tu piel y que te hace sentir en otro lugar… cuando al abrazar la magia de mil sueños hechos gotas sobre ti, te pega un rayo, y te mata.

Hay distintas formas de verse partido por un rayo y no lograr entender el «por qué» ni querer aceptar que el rayo pegó y que quemó todo lo que llegó a tocar. No hay tiempo atrás, no hay «hubieras» y no estamos soñando. La muerte llega, las circunstancias muerden, muy fuerte muchas veces, las personas deciden, y la vida siempre sigue adelante.

El problema, es que lo que queda detrás, es una especie de «negaciónalimpactoderayocondesentendimientosobrelarealidadylarenunciaaaceptarla», que, como fenómeno físico post-impacto, es bastante común. Este fenómeno también se conoce, dentro de la terminología especializada, como «no dejar ir». La normal oposición a aceptar que las cosas son temporales, que no dependen muchas veces de nosotros mismos y que no recibiremos aviso por adelantado sobre el momento en que perderemos eso que no queremos perder, hace que dejar ir sea la última opción.

Es cierto que no nos acostumbran a entender que las cosas  que llegan se van y a que el apego a las cosas que no dependen de nosotros será proporcional al dolor que tendrás al perderlas. La relación, directamente proporcional, podría entenderse por la fórmula «más te aferras más te jodes». Sin embargo, más allá de los tecnicismos, lo importante es que ante la falta de aceptación, el daño que la gente se produce por lo que ya no está, aumenta exponencialmente.

Por un lado, la muerte (y no abundaré mucho en este punto, porque se liga directamente a las creencias personales que en este comedor son respetadas, y que encontrarán respuesta a este fenómeno desde cada perspectiva, sean o no creyentes). Cuando la persona se levanta de la mesa, de manera definitiva… cuando nos damos cuenta de que no cenaremos más con ella, con quien tantos sabores compartimos y que tantas vidas vivimos, en una misma mesa, es común aferrarse a lo compartido, a lo comido y bebido, y se intenta revivir una y otra vez lo que ya no es revivible. Solemos vivir en el pasado de la mesa compartida, que en el presente está ahora integrada de manera distinta. Todo esto, sin percatarnos de que el plato que creemos comer en el pasado está vacío ahora, y que la mesa está integrada por nuevos comensales.

Al aferrarnos en el pasado, perdemos la capacidad de abrirnos a nuevos platillos y a nuevas sensaciones resultado de sabores y, muchas veces, de las nuevas personas que ahora comen con nosotros. Morimos lentamente en el pasado, al dejar de vivir en el presente.

Pero es en las decisiones de los vivos, donde este platillo llega a insertarse. Esta negación, resultado de la elección de la persona sentada a nuestro lado (sea una mesa grande, una mesa para dos, o todas las modalidades que uno pueda imaginar) de no estar más en nuestra mesa (sea esto para un periodo indeterminado de comidas o para un determinado periodo permanente) suele causar más conflicto, incluso, que la muerte misma.

Acostumbrarnos a estar uno frente al otro, apegarnos a comer juntos, lleva muchas veces a pensar que esa mesa es un hecho permanente, que depende de muchas otras cosas que no importan, porque simplemente es. En realidad, esa idea simplemente es, equivocada. Las personas «estamos» porque así lo decidimos y, tal como decidimos estar, podemos decidir lo contrario. No es malo ni bueno, simplemente es. Al tratarse de más de uno, de cosas que dependen de esa otra persona, no es bueno para la salud, de ustedes comensales, pensar que pueden decidir por sus compañeros de mesa. Lo más que tenemos, en el mejor de los casos, es la posibilidad de invitar a la mesa y de aconsejar sobre un buen vino.

No seamos arrogantes, quien invita no despide, ni siquiera si quien invita decide levantarse de la mesa para seguir adelante («se despide» en este caso). El valor de entender que los demás deciden y que no debe existir razón necesaria que justifique una partida, sea esto justo o injusto para quien se queda sentado, es fundamental para una buena mesa, para una buena vida. No es necesario un desplegado de despedida, ni una causa que nos complazca entender. Como nosotros podemos irnos sin más ni más, los demás también pueden hacerlo. Sé que piensan: «¿pero qué clase de modales podría tener quien lo hace simplemente así?», pero señoras, compartir la mesa no se trata de los buenos modales (que muchas veces se agradecen y hacen las veladas más placenteras, como también hacen las despedidas menos complicadas de entender), sino de «estar».

Las mejores comidas son aquellas que compartimos con quien de verdad quiere «estar», no con quienes están «simplemente por estar». Seamos sinceros, que no pasa nada chingao, que cuando alguien está sin querer estar, se siente; que cuando brindamos sin querer brindar, se ve en la mirada. Compartamos con quienes nos abrazarán de manera sincera después de un buen postre, con quienes escucharán atentos, pero sobre todo, con quienes son felices estando lado a lado. Entendamos, entonces, que como (si tenemos un poco de suerte) existirán quienes serán felices lado a lado, habrá quien no lo será… quien decidirá partir, por cualesquiera que sean sus razones (nos parezcan o no válidas), y que si compartir se trata en lo más básico de una decisión, debemos de respetar las decisiones de estar o no estar, sin apegarnos a ellas.

No guardemos rencor, no pidamos explicaciones ni intentemos «demostrar» a la otra persona que lo que hace es cometer el error más grande de su vida, que no somos nadie para juzgar esa decisión. Ya nosotros nos hemos equivocado, y eso no hizo que nos sentaran a la fuerza ni hizo, si llego a pasar, que el que nos detuvieran a la fuerza del brazo para que no nos fuéramos, fuera menos doloroso. No jaloneen a quien intenta irse, ni le priven de disfrutar los platos que quiera o le avienten los cubiertos (especialmente los que tienen filo de experiencias vividas, de capacidad de herir y de dañar por historia recorrida), que dejar moretones o cicatrices no hará que esa persona permanezca. ¡Dejemos ir «suputamadre»! Que cuando deseemos partir querremos que nos dejen ir, porque podemos, y porque ellos pueden.

Dejemos ir porque en el dejar ir está la posibilidad de que alguien más llegue a la mesa; porque si manchamos la silla, la mesa o los platos, alejamos a quien podría estar y compartir (incluso más de lo que imaginamos) la mejor de las comidas. Dejemos ir porque somos libres… porque ser libre no es un «yo soy libre», es un «todos lo somos». Porque en ese hecho está la posibilidad de seguir, quedarse y volver.

Sólo una cosa, como consejo de cocinero y como deseo de año nuevo. No quiten nunca la o las sillas que aprendieron a poner ni los espacios que abrieron en su mesa por compartir todo lo que compartieron con quien se va. Esos espacios son lugares para sueños, para magia y para toda la pasión que esta vida tiene para nosotros.

No quiten nunca lo aprendido, no borren lo que está ahí como si nunca hubiera estado. No se borren a sí mismos un poco, porque al desaparecer como si nunca hubiera existido, se quitan a ustedes también. Dejen ir, que la comida es corta, y que un día se irán muertos… y eso sí no será su decisión.

Feliz 2012, con paz mental y pasión en el corazón.

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De vuelta tras las remodelaciones

Esta tarde, en el comedor, pensaba que muchos procesos estaban próximos a cerrarse y que era un buen momento para reabrir este espacio para sentarnos a disfrutar de los sabores y sinsabores que de vez en vez trae ese chef tan interesante que se llama vida.

Hoy, definitivamente, es momento de reabrir las puertas y mostrar un poco de los nuevos platillos que tendremos en los meses siguientes. En el tiempo que estuvimos fuera nos empapamos por completo de la cocina internacional. En gran parte, lo que encontrarán en este concepto renovado serán propuestas que se extienden a lo largo y ancho del globote que tenemos como planeta. Desde el norte (EEUU) hasta el sur (Colombia y Argentina), desde aquí hasta lugares de otros continentes (Italia y Australia). Ha sido un periodo de aprendizaje suculento. Sin duda alguna la experiencia aprendida del contacto directo nos traerá platillos interesantes para que nos cuenten que tanto debemos agregar o qué tanto debemos quitar para los próximos menús.

Después de una cucharada de «miel», después de respirar muy profundo para que las palabras puedan aguantar a los sentimientos, es hora de empezar a cocinar.

No hay un producto pensado, sólo hay muchos ingredientes sobre la mesa inmediata de este momento. Este platillo es perfecto para la idea de las transiciones. Una transición que puede prepararse y servirse de muchas maneras, una transición que en este momento se presenta como una barra libre. Hay mucho de donde probar y cada cosa se puede servir de manera ilimitada.

El problema con las transiciones es ese punto medio, ese momento transicional en donde uno está demasiado avanzado del punto de inicio y suficientemente lejos del punto de llegada. Ese punto en el que el desprendimiento de lo acostumbrado y de lo estable ya no se lleva consigo mismo y donde el dolor del camino hacia el punto, poco nítido, permite que todo sea tan frágil que en realidad el problema no sea el punto de llegada. El peligro no está ahí. El peligro está en la transición misma, en el camino del principio al final (de la etapa transicional).

Pero para poder comprender el balance adecuado de aquellos ingredientes emocionales que se deben combinar para llegar a un buen alimento, es necesario hacerse cargo de que la selección y decisión de usar cada uno en tal o cual cantidad es un acto de presente compuesto. Un acto de un tiempo mixto.

Cuando uno logra alejarse por un segundo de la mesa, ver las cosas como alguien que está aprendiendo y no como alguien que forma parte de la cocina, se da cuenta de que aquellas cosas que están para preparar el resultado futuro deben de tener elementos que se usaron antes, que son parte del pasado, y elementos que se adquirieron con la experiencia, elementos con carácter de presente-futuro. Es un tiempo mixto porque los alimentos no se cocinan separados, porque no se mezclan atemporalmente, sino que se relacionan pasado, presente y futuro (en realidad impacta la perspectiva, las ideas y las posibilidades).

Cocinar es más fácil cuando no se cocina, pero cuando uno tiene los alimentos en las manos cocinar se vuelve todo un embrollo. No se busca el sabor perfecto, se busca en realidad disfrutar de cada porción que se aporta, de cada pizca de sueños y de cada cubito de realidad. Por eso siempre podemos dar consejos de cocina cuando no tenemos el sartén cerca de las manos, cuando la realidad de quemar todo o de concluir bien es sólo un supuesto.

Quisiera aportar más, pero hoy sólo quitamos el letrero de «cerrado por reparaciones». Hoy sólo desempolvamos. Lo más importante de todo, después de este periodo de iluminación, es recordar que lo importante es no dejar de cocinar nunca. Cuando los ingredientes son inagotables, dejar de cocinar por miedo a quemarse sería, en realidad, como dejar de ser.

Bienvenidos, muy pero muy bienvenidos otra vez.

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Ante la incapacidad de ser sincero. El miedo.

Sin duda sería más fácil… sin duda las cosas serían mejores…

Se vuelve difícil, cuando uno pasa mucho tiempo sin mirarse al espejo de uno mismo, darse cuenta de que aunque deseemos estar blindados a las cosas que pasan fuera de nosotros, al final de cuentas no es posible. El interior sigue siendo maleable. Independientemente de lo duro que se vuelva, siempre habrá calor suficiente para derretirlo, llegado el momento.

Dejar de observarnos y dejar de preguntar qué es lo que sucede dentro, no hace que el contenido desaparezca, ni que los problemas se solucionen. Si tan solo entendiéramos que más de la mitad de lo necesario está en no tener miedo a ser sinceros.

Pareciera ser sencillo, ¿no? No lo es. Uno aprende a decir lo que piensa, incluso a decir lo que siente, siempre que se trata de las cosas que están fuera de uno mismo. Esas cosas que pueden ser valoradas o desechadas porque son parte del objeto, no del sujeto. Eso, en su enorme complejidad, es sencillo. Lo que no lo es, es tener la misma actitud con lo que se piensa y se siente acerca del sujeto. Interpretar la realidad será siempre más fácil que interpretar al intérprete.

Por una parte, es una mezcla de ego y vanidad. Juntos caminan de la mano y hacen buena mancuerna. Generalmente peligrosa, definitivamente una pareja de cuidado. Ellos, en su manera de responder, son ciegos y sordos. Cuando se sienten atacados, no escuchan de verdad ni observan el propósito de las preguntas o de las observaciones. No son traidores. Quien no ve ni escucha no debe ser culpado por atacar aquello que cree le puede dañar. Lo que sí es cierto es que son despiadados. No importa si la intención es noble, si se sienten agredidos no importa todo lo que esté antes ni lo que pueda venir después. Es más seguro mandar todo al diablo.

Sin embargo, tanto ego como vanidad, están hechos de pasión. Reaccionan a la acción. No piensan por sí mismos. Son instintivos. Por ello producen el efecto «niñote(a)».

De acuerdo a la filosofía contemporánea… No, no es cierto, no hay filosofía detrás de este efecto. Es entonces de acuerdo a los últimos estudios médicos que… Tampoco. Créanme entonces, que es sólo una de esas cosas que es. Que además de ser, está. Decimos entonces, que el efecto niñote(a), causado por un impulso de ego y/o vanidad, causa que una persona reaccione como idiota a una acción del ambiente, en la que, por instinto, temor o inseguridad (principalmente la última), la posibilidad de ser sincero se pierde por completo y la respuesta real se sustituye por una acción que llamaré «niñería» (poco original, pero bastante claro para el ejemplo).

Cuando la persona, insegura y temerosa por lo frágil de sus adentros, recibe la acción del ambiente, reacciona de manera contraria a la lógica de la sinceridad (entendiendo por ésta el arte básico de decir la verdad y de no ocultar lo que sucede en el momento). Así, cuando llega el momento de responder a la situación particular, en lugar de hacerlo con madurez y tranquilidad, el(la) niñote(a) tiende a negar todo aquello que siente podría afectar a su ego y vanidad o a reaccionar en positivo a todo aquello que los fortalezca o resalte. La persona, en lugar de ser coherente con su interior, lo contradice, realizando una niñería.

Los siguientes ejemplos intentan explicar un poco la niñería:

Caso 1. Cuando, dentro de un grupo de personas, se lleva a cabo una discusión sobre algún tema, se comentan los puntos importantes del mismo y el niñote, independientemente de su ignorancia sobre el tema, comienza a dar comentarios indeterminados y extremadamente generales para intentar mostrar que sabe algo o mucho sobre el tema, aunque no sepa nada. Básicamente, en lugar de contestar «no conozco», «no sé» o «no estaba enterado», inventa una serie de datos, hechos o argumentos que le hagan sentir que los demás reciben los mismos como una muestra de erudición y conocimiento.

Quedarse callado cuando no hay algo que decir es reflejo de prudencia. Quedarse callado cuando hay algo que aprender es muestra de sabiduría.

Caso 2. La niñota, insegura de sí misma y sin la capacidad de decir lo que piensa por un número «n» de razones, se molesta con la persona con la que sale, pero su ego y vanidad no le permiten decir a esa persona lo que pasa. Guarda el sentimiento y, aunque por fuera sea claro para todo el mundo excepto para la niñota, muestra que nada sucede, que no hay absolutamente nada de interés sobre lo que pasa y que es algo tan insignificante que no vale la pena prestarle atención. «¿Todo bien? Sí, ¡desde luego! Eeeekiisssss (sic)», «¿Estás segura? Sí, no pasa nada todo perfecto». El ejemplo es tan claro y creo que ha pasado tantas veces que es innecesaria cualquier explicación.

Decidir no usar la racionalidad, renunciar a ella y actuar por instinto y volverse tan razonable como un estropajo, no justifica la reacción, sólo la hace más triste.

Caso 3. Batalla de egos, lucha de vanidades. Aquellos que siempre creen tener la razón (sin saber que uno nunca tiene tanta razón como cree tener) y que pueden pasar horas/vidas intentando mostrar su razón, aunque sólo muestren el miedo que tienen de darse cuenta que pueden equivocarse o que no conocen toda la realidad ni todas las realidades.

La única manera de aprender es aceptando que en principio no lo sabes todo y que no todo lo que sabes es exactamente como crees que es. El punto desde donde se observan las cosas es la diferencia.

Estos son casos de niñerías. Todos se aplican tanto a niñotes como a niñotas. He realizado, más de una vez sin duda, todos ellos. He dejado también de hacer por completo, al menos alguno de los mismos.

Es entonces que el miedo, fortalece al ego y la vanidad y permite que sean más fuertes que la sinceridad, que la humildad de la aceptación, aunque algunas veces no sea lo que queramos. El daño que se cause no importa, sin razón (como racionalidad) no hay consecuencias. Al menos, en su irracionalidad, el niñote no alcanza a comprenderlas. Cuando no te puedes valer de tu propio entendimiento, no importa el daño que causas fuera, porque tu mundo es tan pequeño que lo que se queda fuera no existe, aunque en verdad esté pasando.

No termina aquí. Aunque el miedo no lo vea, el miedo es fácilmente apreciable. Aunque la persona responda por instinto, quien sabe observar puede ver la mentira, la evasión, lo pequeña que se vuelve la persona por dentro.  Quien miente ante la incapacidad de ser sincero, puede llegar casi a creerse a sí mismo. Quien escucha a quien miente sabe que aunque el mentiroso se crea a sí mismo, está mintiendo.

Aparte del hecho de que me parece inmensamente triste cuando las personas usan este mecanismo de autodefensa (casi tan triste como me ha parecido cuando yo lo he utilizado), dos cosas me preocupan. La primera sobre quien miente. La segunda sobre quien entiende que bajo la sombra de este antivalor, la gente normalmente miente.

Me preocupa que quienes mienten no se den cuenta a tiempo que hacerlo sólo los daña más y puede dañar las cosas que les rodean, aunque ellos crean que son poco importantes. No es difícil acostumbrarse a la comodidad de la mentira. El miedo tiene ese cálido efecto de hacerte sentir protegido detrás de las mentiras. Igual nunca es tarde.

Me preocupa mucho más sin embargo, que quien entiende que los niñotes mienten, se decidan a dejar de creer en la gente. Ante la realidad de la mentira común, es normal creer que es una mentira lo que la gente dice porque tratan de protegerse o de obtener un beneficio. Si los individuos no pueden ser sinceros, dudar o no creer en las personas no es descabellado, pero es desconsolador.

Quienes me conocen saben (en mayor o menor medida) las cosas en las que creo y las cosas en las que no. Creo que creer en las personas, aún bajo la posibilidad de recibir un daño por creer en quien puede estafarte mintiendo, es una de las cualidades más importantes de humanidad. Creo que en la actualidad, junto con el Takahe neozelandés, esta cualidad está en extinción.

Hoy una persona pidió un poco de ayuda para llegar al lugar a donde necesitaba llegar. La historia era tan cruda y tan poco común (de verdad inverosímil, casi como si un analfabeta te pidiera ayuda para escribir un telegrama que firmaría con su huella para enviarle a su madre, después de haber sido estafado, con algunos días sin comer, en una ciudad ajena, pidiendo que le rescataran sin saber si el telegrama llegaría, un caso análogamente irreal) que pensé en ayudarlo de inmediato. Sin embargo, al momento pensé que la idea era justamente tan absurda, que todo era un montaje bien elaborado para sacar algunos pesos. Tuve miedo de ser estafado.

Sería genial saber dónde está ahora, si encontró lo que buscaba o si era o no un estafador. Sería genial saber si lo que nos dicen es lo que es o no. Que tuviéramos la certeza plena, para así poder creer, confiar y actuar. Desafortunadamente, esto no es así. No lo será nunca (limito mi entendimiento a mi tiempo y mi espacio, a esta era y a este mundo) y la posibilidad de ser estafados y lastimados siempre estará ahí. Al final, creí en él.

Digamos sí cuando es sí. Contestemos lo que nos preguntan de manera sincera. Aceptemos lo que es cuando sea, aunque lesione el ego y la vanidad. Lidiemos con la ignorancia y aceptemos nuestros límites, tenemos toda una vida para romperlas lo más que podamos, lo más que queramos. Vivamos sin miedo: con más valor, con más razón, con más humildad, con más prudencia, con menos mierda en la cabeza. Vale la pena creer.

Sin duda sería más fácil… sin duda las cosas serían mejores…

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Apuesta por la tolerancia

Es bien cierto que lo más prudente es callar hasta que haya algo que valga la pena por decir. Hoy, después de mucho, la hay.

Las últimas horas trajeron actos de vandalismo en la UNAM. Uno de los más importantes, por el significado del acto, fue el de la destrucción del águila de la facultad de derecho. Con el tagg mío en una foto comienza todo esto.

Los primeros comentarios propusieron, entre otras cosas, reacciones de odio, de exclusión y hasta de exterminio de las personas que cometieron los actos. Sobra decir que no comparto ninguno de esos elementos. El problema está más en el fondo.

Los argumentos que se expusieron de inicio proponían dos cosas principales: 1) actuar de manera represiva sin averiguación y con uso de fuerza indistintamente y 2) realizar esos actos en contra de un grupo de ideología distinta que se aloja en la facultad, sin que constara que ellos habían participado en los actos.

Las dos acciones son el reflejo de la intolerancia por lo siguiente. Se ataca de manera directa a un grupo que en las ideas y no en los actos, porque no nos consta en este momento, se relaciona con las personas que en los actos destruyeron el águila y dañaron las instalaciones de la UNAM. Se intenta responder a una acto de violencia con violencia y no con los mecanismos que la sociedad y el Estado tiene establecidos, se busca venganza frente a ellos sin respeto de los derechos que tienen. En especial, porque se busca destruir a un grupo ideológico no por sus ideas, sino por los actos que no se sabe si cometieron.

En la tolerancia, las ideas que nos son contrarias se vierten en un ruedo de discusión y de disenso sin la intención de que uno de los dos involucrados sea el que gane. Se gana por el solo hecho del ejercicio de discusión. Así, aún cuando no se comparta la idea, uno respeta la existencia de la misma. La contracara, la intolerancia, en su máxima expresión, es pasar por alto todo lo anterior y reaccionar mediante la violencia u otros medios a la supresión de los grupos en su totalidad, no solamente de sus ideas sino de los grupos materialmente.

Nuestra historia por sí misma nos muestra el ejemplo más claro en la represión del 68.

Lo que pasó el fin de semana es reprobable, es triste, lamentable, indeseable y el resto de calificativos negativos que se puedan anexar. Pero será siempre peor, reaccionar intolerantemente frente a los grupos que ideológicamente pertenezcan a la corriente que se relaciona con la oposición al Estado. Incluso si los que ocupan los cubículos se hubieran involucrado, ellos deberían ser juzgados con la ley, castigados y expulsados, pero POR SUS ACTOS, NUNCA POR SUS IDEAS. Sólo por lo ilegal y lo injusto, nunca por lo incompartido.

Nada nos separa de ellos si los tratamos como ellos nos tratarían. Una propuesta en contra de mis ideas era la de un diálogo con los más radicales de ese grupo (como una burla hacia mí, desde luego). Más allá del entendimiento de quien lo propuso está la respuesta detrás de la apuesta por la tolerancia. El mayor error frente a aquellos que radicalmente se nos oponen sería el de no intentar dialogar con ellos, y más grande error sería el de eliminarlos o expulsarlos por no poder llegar a un acuerdo.

Yo apuesto por la tolerancia. Por intentar en lugar de privar arbitrariamente. Por incluir y no excluir aún cuando incluyamos lo que no compartimos. Tolerar no implica no responder ante los actos de destrucción y vandalismo, implica responder a ellos de una manera determinada. Esa manera, no es la manera de la intolerancia.

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Cuando el sabor no te deja satisfecho

Hoy, después de un tiempo considerable, reabro el restaurant en el que gustoso estaré de servirles. Hoy hay poco tiempo pero muchas cosas qué decir. El resto será contado en comidas futuras. Esta noche algo ligero para ir a dormir con algo dentro.

Para conocer las cosas que tenemos en el día a día, es necesario compararlas con aquellas que les son similares en otros lugares fuera de nuestro mundo cotidiano. La comparación te muestra el contraste. Quien no conoce otras comidas, no conoce la comida propia (adaptación de una cita que no es mía).

Después de comparar, el sabor de mi día a día no me deja satisfecho.

No estoy satisfecho con el sabor en general, desde el nivel más fino hasta el menos elaborado.

No estoy conforme con el sabor que me deja escuchar la falta de confianza de la gente en la gente misma. Me parece demasiado simple, casi cómodo, banal en la comodidad de no esperar nada de nadie y, desde luego, no desear que nadie desee algo de nosotros mismos.

No estoy conforme con el sabor amargo que deja el olvido. No me complace que las cosas que nos pasaron y que provocaron algo de verdad en nosotros, que nos convencieron de que teníamos que cambiar, se diluyan después de una siesta de dificultades.

No me satisface la acidez de la ingratitud, del egoísmo que hiela la piel y de la manera en que se nos facilita jugar con los sentimientos de la gente (sí, lo he hecho y no me enorgullezco de ello). Más insoportable aún es el sabor del divertirse haciéndolo.

No me satisface que los intereses de un grupo se cubran con un traje sacerdotal y usen la imagen de la religión para fortalecerse. Para tratar de lograr algo de una forma en que no es correcta.

Así como no comulgo con esos sinsabores tan fuertes, hay también otros más sutiles, que pareciera no importan demasiado, pero que desde mi perspectiva hacen la diferencia.

Me deja un sinsabor enorme que la gente no aproveche sus oportunidades; que no lea cuando puede hacerlo y cuando tiene todo para ser mejor, para lograr un cambio; que pongan pretextos para intentar justificar sus errores; que no les importe contaminar su escuela y su entorno; que tomen los asientos reservados para los ancianos o para las mujeres (especialmente cuando una va de pie al lado suyo); que se cuelen en las filas; que no respeten los turnos; que tomen se aprovechen de los actos de los demás; que no se esfuercen y que pidan todos los beneficios; que no crean en la existencia de las responsabilidades; que crean que la culpa es de uno y no de muchos.

El sabor cambia. La comida se amarga. Me quita el ánimo de cocinar el hecho de que nos quejemos de lo que está mal y que no hagamos nada por cambiar la insatisfacción por las cosas… Hoy, estoy insatisfecho con la investigación que tengo que entregar en 24 horas y 27 minutos… Hoy no me voy de mi trabajo hasta quedar satisfecho.

No estoy conforme con todo ello. Pero lo que definitivamente me quita el apetito es la indiferencia de todos nosotros a lo desabrida que se vuelve la vida.

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Con el sabor del Edén

Han pasado algunas semanas sin escribir nada. Más por falta de tiempo que por falta de cosas por decir, aunque no todas merecen la pena de ser contadas.

Hoy vale la pena cambiar el menú por dos razones en particular. La primera es decir que el restaurant estará cerrado por tres semanas debido a un viaje que realizaré, pero que traerá muchísimos sabores para nuevos platillos que traeré para ustedes. La segunda razón, es para hacer una dedicatoria a alguien que contribuyó en cantidades industriales para que pueda cocinar de la manera en la que lo hago.

Lo más complicado desde la apertura de este restaurante ha sido empezar estas líneas… y es que hay recuerdos que están tan profundos en los cimientos del alma, que cuando uno intenta mostrarles, remueven las estructuras en todos los sentidos importantes.

Lo fácil es saber todo lo que me diste. Lo difícil es dar al menos un poco de eso a las demás personas. Lo fácil es sonreír recordando lo que nos hacía sonreír. Lo difícil es no llorar sonriendo al recordarte. Lo dulce es saber que compartí contigo el tiempo que compartimos juntos. Lo amargo es saber que el tiempo terminó y que el sabor no volverá más.

Lo más admirable es que la mayor cantidad de cosas que aprendí de tí las aprendí con tus acciones y no con tus palabras, con tu fuerza y tus virtudes, con tu incondicionalidad y tu entrega, con tu sinceridad y tu perspectiva. En tu historia, la vida vivía para tí.

Al final de cuentas… las cosas que te aprendimos y las cosas de tí que se quedan en nosotros, seguirán siendo vividas para tí… a las personas que lleguen y en las cosas que con ellas se construyan estarás tú como en nosotros, aunque el resto no lo sepa.

De las personas a quienes he conocido, has sido una de las que más he amado. De quienes te conocieron, soy quien fue el más afortunado por vivirte como vivimos.

¡Salud Pirrurrona! ¡Salud para siempre!

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Recomendación de un buen aperitivo

Las verdades del alma no podrán jamás ocultarse con la mirada.

A más de alguno le habrá pasado que al ser cuestionado sobre esa persona especial, sobre esa idea que nos apasiona o sobre ese momento que vivió y que no se irá nunca, pone una cara completamente distinta a aquellas que se ponen en la normalidad de los casos, acompañada de una mirada que ilumina la habitación entera en la que se encuentran (la muy reconocida en el ámbito de la expresión facial como la «cara de idiotilla»).

Este día el chef preparó un experimento culinario y preguntó a las personas de su oficina sobre su(s) canción(es) favorita(s). Fueran catalogadas así por mero gusto o por algún momento en el que fueron parte importante de la vida de cada uno. No es que esta vez no tenga intención de dejar un buen sabor de boca, pero el gusto se lo llevó el cocinero.

Desafortunadamente, en medición «de momentos», dejamos para los menos aquellos en los que expresamos de manera plena lo que sentimos por algo. No importa si es coraje o pasión, tristeza o ilusión, decepción o añoranza (extrañamente con lo más carnal, el morbo y la lujuria, las expresiones fluyen fácilmente… no me explico por qué), sólo parece ser más importante ser discreto con esos sentimientos frente a los demás. Como si el resto importara cuando se siente con esa fuerza.

La digestión de la vida diaria sería mejor si pasaramos al grupo de «los más» aquellos momentos en que somos sinceros con nosotros mismos y nos permitimos canalizarlos al exterior como se merecen (si de algo estoy seguro en esta vida, es que el sentimiento del amor, siendo el más sensible, es aquél que más lastimado se queda cuando no le permitimos salir, aunque por su nobleza no nos lo diga hasta que ya está muerto y nos mata cuando el arrepentimiento, que sin duda es uno de los más estrictos, nos lo avisa). Ellos, al final, no tienen la culpa de lo que pasa afuera.

En fin, esta carta de recomendación no busca ser una reflexión sino una invitación para el cliente. Para que con sus amigos, en su trabajo, con su familia, en la escuela o donde se preste la oportunidad, planteen la misma pregunta y vean el resultado en las caras de esas personas con quienes comparten algo (pronóstico: un montón de «caras de estupidillos»). La mera sensación de ver ese interior reflejado es espectacular. Casi queda uno satisfecho.

Les deseo buen provecho y si conocen alguna receta interesante qué poner en práctica déjenselo saber al chef, la preparará con dedicación.

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Una cena para siempre

Si me preguntan, yo diría que parecían dos personas comunes. Si me preguntan si lo eran, tendría que contestarles que no era así.

Yo estaba sentado observando a los observables, a los que se observan entre sí sin imaginar que los observan, sin pensarlo siquiera. No es que estuviera haciendo nada, es sólo que mientras muchos compartían la cena frente a frente, yo lo hacía a distancia, con esa persona que aunque no estaba ahí, estaba presente. Fue entonces cuando los ví.

No se si existan personas atemporales, pero sin duda existen personas que rompen al tiempo. Ellos lo hacían.

Deben haberse enamorado hace tiempo. El secreto que mostraban, es que decidieron que ese momento no terminara nunca.

No bailaban la música que bailaba el resto de la gente, ellos se bailaban a sí mismos. Sus almas describían las notas perfectas que les daban la mejor melodía, la que creaba la música de sus espíritus conjuntos.

Al principio pensé que no bailaban como nadie de los que estaban ahí. Me equivoqué. También pensé que esa forma de bailar no existía, para equivocarme de nuevo. Su baile existía desde que ellos se habían encontrado, pero el resto del mundo no lo sabía. Es cuando los movimientos de esa persona siguen el ritmo de su alma, cuando se encuentran los pasos para llegar a su corazón.

Juntos, en su infinito amor, sin duda disfrutaban de la cena. En sus oídos estaban sus voces. En sus movimientos estaba toda esa pasión que sólo ellos entienden. Cada vuelta encerraba mil recuerdos, mil caricias. En cada paso rendían honor a cada beso dado, a cada momento compartido. Ellos, en la pista, hacían el amor.

Por minutos enteros, el resto de la gente desapareció a mis ojos. Por el resto de sus vidas, sólo existían ellos dos, para siempre.

En la mesa de sus vidas, siempre cenarán juntos, invitando a la gente con quien deseen compartir algún momento, para despedirlos después del postre. En el arte de sus vidas, sólo necesitan la mirada del otro para poder seguir. En el vacío de quien no comprende una cena para siempre, ellos eran dos locos de atar.

Ella se llamaba Irene y él Antonio.

«¿gustan que les sirva algo más señores?» «Nos tenemos a nosotros mismos para siempre, estamos más que satisfechos…»

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